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jueves, 31 de marzo de 2011

la mujer de enfrente

 
Generalmente cuando nos encontramos frente a una persona que creemos diferente tendemos a ignorarla, a prejuzgarla y hasta rechazarla. Casi siempre lo hacemos sin pensar, de una manera programada, aprendida. La sociedad, entre otras cosas, nos ha impuesto ciertas reglas que debemos aplicar frente a ‘l@s otr@s,’ l@s diferentes, l@s extrañ@s. La mujer de enfrente es un ejemplo claro de ‘la otra,’ y que con suerte y dependiendo de nuestro estado de humor, podemos tolerar por unos minutos, aunque sea sólo como parte de una diversión momentánea o decidamos incluir en nuestras vidas, por un segundo o dos, por lástima, por curiosidad e inclusive por miedo. Esas primeras reacciones se vuelven tan subconscientemente familiares y nos condicionan a tal punto, que nos obligan a construir paredes entre un@os y otr@s, aunque lo reconozcamos o no.
Algun@s expert@s aconsejan que para empezar a derribar paredes y así solucionar tantos problemas sociales, es necesario la tolerancia. Otr@s insisten en que los problemas van a empezar a resolverse cuando decidamos incluirnos mutuamente. Más aún, insisten  en que estas palabras y complementos deben ser incluidos, no sólo en nuestro vocabulario sino en nuestra vida diaria. En teoría esto suena muy bien, podría ser conveniente y hasta necesaria, aún cuando últimamente se ha convertido en una nueva imposición y ha dejado de ser una sugerencia, a tal punto que si una persona lo refuta, automáticamente es etiquetada como mala, indiferente y/o loca. Pero, ¿cómo incluir estas palabras y estos conceptos en nuestras vidas sin conocer ni comprender realmente lo que significan y peor aún, lo que pueden implicar en labios de la sociedad dominante y opresora?  ¿Son la tolerancia y el deseo de incluir parte de la solución o son otra trampa del sistema para etiquetarnos y separarnos de una manera menos descarada? ¿Cómo explicamos el hecho de que sólo toleramos e incluimos lo que creemos merece nuestra aceptación, nuestra benevolencia? ¿Quién o quiénes entonces ponen los perímetros entre lo aceptable versus lo tolerable –léase l@s otr@s?  ¿Será suficiente con tolerar e incluir a una persona o a un grupo determinado para romper esas barreras sociales, morales y más importante aún, humanas?  ¿Qué sucede con el resto de personas a las que simplemente no vemos, las que nos son indiferentes, las minorías-mayoría? ¿Cómo podemos tan siquiera empezar a tolerarlas e incluirlas, o al menos aceptar que no son invisibles, que existen? ¿Cuál es la posición y actitud de una persona que tolera e incluye a otra? ¿Cuál es la situación de desventaja, de la persona tolerada e incluida? ¿Son estas acciones parte del concepto mitológico de la libertad del ser humano? Yo, como individuo independiente tolero e incluyo lo que yo, como peón de la sociedad, considero que vale la pena, lo que de alguna manera me conviene tolerar e incluir. ¿Y el resto de personas y situaciones? ¿Tenemos todas las personas el mismo derecho a tolerar e incluir o es un privilegio que conlleva cierto sentimiento de poder? ¿Tienen l@s otr@s el mismo derecho a tolerar e incluir o simplemente tienen y deben aceptar ser tolerad@s e incluid@s?
            ¿Qué sucede si en lugar de tolerar y/o incluir establecemos un intercambio y tratamos de comprender quién realmente es esa persona y cuál es la razón de tenerla frente a frente, estemos o no de acuerdo con ella, la toleremos o no, la incluyamos o no en nuestra vida?
            Cuando pienso en la situación actual de la gran mayoría de mujeres contemporáneas, me encuentro con la imagen de la mujer de enfrente; que sin comprender las razones de su situación o abandono social, se pasan la vida buscando, de una manera subconsciente e inocente, por esas llaves, esas llaves que posiblemente son la clave para encontrar respuestas directas y satisfactorias, ya sea para ellas mismas o para las nuevas generaciones. ¿Y por qué precisamente es un hombre el que se esconde tras la puerta? ¿Es posible que ese hombre, el marido no sea más que la imagen y representación de la sociedad patriarcal, la que alimenta esa misma situación y que insiste en mantener la confusión a través de ese silencio tan doloroso para las personas rechazadas? ¡Entonces, quizá la única manera de enfrentar tanta deshumanización es la enajenación total! Y es que comprender nuestra situación es posiblemente el primer paso para encontrar la tranquilidad, la sanidad y porqué no, nuestra libertad. Pero esta búsqueda, en las condiciones sociales actuales, además de ser fatigante puede llegar a convertirse en algo doloroso al tener que luchar contra el rechazo, el prejuicio, la discriminación y más importante aún, la opresión internalizada. Y es ésta, con seguridad, la que inclina a un grupo de mujeres, tristemente grande, a despreciar lo que quizá no quieran o no puedan reconocer dentro de ellas mismas y quizá sea esa misma opresión internalizada la que obliga a la mujer de enfrente a buscar respuestas detrás de una puerta invisible, en lugar de aceptar que esas respuestas han vivido dentro de ella todo el tiempo.
Posiblemente a diferencia del resto de nosotras y en forma de reflejo, la mujer de enfrente tiene una herramienta que la pone en ventaja: presentar abiertamente su locura, su enajenación. Ella busca por esas llaves sin importarle ser ignorada, juzgada, rechazada, tolerada o incluida. En su mundo sólo existe un objetivo y es encontrar la razón de su soledad y abandono y así liberarse y liberar a su hija, que de alguna manera u otra podría ser ella misma. Y si no, ¿por qué es esta hija-sombra la espera tranquilamente y cuida las pertenencias y la historia? Más interesante aún, mientras la mujer de enfrente es criticada, humillada e insultada, la hija simplemente es invisible para el mundo. ¿Suena familiar? ¿Cuántas de nosotras no hemos salido a la lucha y después de haber perdido la batalla, al regresar a casa y sin ninguna explicación o quizá en forma intuitiva sabemos que no hemos perdido la guerra, sabemos, muy en el fondo, que nuestra historia está protegida, que nadie puede sacarla de nuestras venas, mientras tengamos vida, aún y cuando estemos siendo silenciadas?  ¿Cuántas de nosotras, como la mujer de enfrente y su hija-sombra, sufrimos exactamente este trato de la sociedad: o somos abusadas, discriminadas, excluidas, prejuiciadas, intoleradas o simplemente somos invisibles? La diferencia quizá es que en la mayoría de los casos, lejos de la esquizofrenia, estamos conscientes del abuso y sin saber cómo enfrentarlo, simplemente lo aceptamos como norma y vivimos con el dolor de no merecer un lugar dentro de esa misma sociedad.
Mi encuentro con la mujer de enfrente no fue casual, ni tampoco fue el primero ni el segundo. Ella y yo habíamos cruzado nuestro camino infinidad de veces, muchas de éstas simplemente no la vi o no quise verla, algunas otras sencillamente la ignoré. Las más tristes sin duda fueron cuando la rechacé. Quizá la magia ocurrió gracias a sus zapatos y a la música que desprendían al caminar. Tiempo atrás, como ella, yo también trataba de balancear mi vida entre tacones y zapatos tenis. Y aunque no me vistiera, precisamente en capas, por muchos años tuve que cambiar de ropa y de máscaras constantemente. Es posible que por esta razón me sintiera identificada, reflejada y por qué no, solidarizada y empezara mi proceso de comprensión y respeto. Y posiblemente también, fuera en ese momento, cuando la loca del pueblo se convirtiera en mi juez y mi defensora, en mi amiga y en mi enemiga, en mi orgullo y en mi vergüenza, en mi maestra y en mi alumna, en mi espejo,  en mí misma y en todas las mujeres. El rechazo y los insultos de las personas alrededor empezaron a dolerme como propios. Primero porque al insultar a esta mujer, ahora universal, estaban insultando a mi mamá, a mi hermana, a mis hijas, a mis amigas; pero el dolor también nació al darme cuenta que yo, en algún momento, había sido parte de ese grupo incomprensivo y opresor. Mujer contra mujer, ¿hay algo más triste?
La razón de que ella se fijara en mí sigue siendo un misterio, es posible que entre sus prisas y su búsqueda, la mujer de enfrente se reconociera en mí porque, ¿no es cierto que tod@s somos espejos y reflejamos lo que necesitamos descubrir de nosotr@s mism@s? ¿Es posible que dentro de cada una de nosotras exista esa mujer, la que guarda celosamente nuestras pertenencias en tres bolsas plásticas, la que deambula por las calles buscando respuestas?  ¿Es posible que sin darnos cuenta busquemos por esas llaves, la clave de nuestra independencia? ¿Cuántas respuestas se esconden detrás de esas puertas? ¿Cuántas puertas dentro de nosotras mismas?
¿Cuándo se nos olvidó escuchar a esa voz interna, la voz de nuestra hija-sombra, la que recuerda y guarda en secreto, esa verdad que la sociedad nos ha obligado a olvidar, seguramente por miedo a nuestra fuerza, a nuestra sabiduría, a nuestra magia? ¿Quién nos hizo olvidar que nuestro pasado, presente y futuro nos pertenece sólo a nosotras y que es nuestro derecho guardarlos en tres bolsas mágicas? ¿Desde cuándo dejamos de escuchar a nuestra hija-sombra, nuestra voz interna, que nunca nos ha dejado de susurrar el milagro de ser mujer?
¿En que momento nos dejamos convencer que para ser buenas debemos ser tolerantes, incluir, aceptar, aunque en el proceso estemos ignorando nuestras necesidades básicas? ¿Y por qué pocas sabemos que podemos aplicar estos conceptos con nosotras mismas, no tanto como grupo sino a nivel personal? ¿Por qué no incluirnos en la vida, en la sociedad y aceptar de una buena vez, que no hay nada, a nivel de género, que sea motivo de tolerancia?
            Es la hora de romper con tradiciones que nos enseñan a tolerar e incluir mientras valorizan a una persona en base del género, de la clase social, la raza.  Iniciar el cambio de la situación actual de la mujer contemporánea depende de nosotras, las pocas mujeres que vivimos en el privilegio, las pocas que hemos logrado aprender a leer y escribir, las pocas que tenemos acceso a los libros, al diálogo; las que sin la distracción de no saber de dónde va a venir el próximo bocado, nos damos el lujo de asistir a una conferencia, la que se puede quedar en palabras, si al salir de acá no estamos dispuestas a abrir los ojos y ver a las personas de enfrente por lo que son; seres humanos dignos de nuestra comprensión, nuestra compasión y nuestro respeto.

1 comentario:

  1. vieras que Amatitlan es un pueblo muy tolerante en ese aspecto,hay y han habido personajes de esos que la gente cataloga como locos pero la gente los tolera bien, hasta se preocupan por ellos, habia un trasvesti la Carlotona todo mundo lo saludaba en la calle y era parte del pueblo vivio sin mucho rechazo,murio aparentemente de sida.

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