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jueves, 31 de marzo de 2011

a la hora de la siesta



cuando lanzó la llave por la ventana con barrotes, el hombre imaginó una multitud de formas en que iba a ser rescatado.  nunca hacía nada sin pensarlo ni planificarlo.  claramente visualizó al niño que pasaba en el momento preciso, cogía la llave, corría hacia la puerta, la abría y lo liberaba.  sonrió.  una segunda imagen llegó al final de la sonrisa.  era la de la eterna sirvienta de la casa, la que nunca fallaba.  la vio corriendo desesperada por el pasillo, entrar al dormitorio de su madre que quedaba al otro extremo del suyo, ir directamente a la gaveta donde descansaba un juego de llaves marcadas con colores específicos y que abrían todas y cada una de las puertas de la gran casa.  con el llavero en sus manos, corría hacia su cuarto y abría la puerta que le impedía escapar.  respiró profundo un par de veces y dejó que nuevas imágenes danzaran en su mente.  siempre hacía lo mismo.  alguien lo iba a rescatar, como siempre, como en todas las otras ocasiones.  alguien lo haría, estaba seguro. 

lo que al hombre se le olvidó considerar, después de rociar gasolina en las paredes de su cuarto y en el momento de prender el cerillo e invocar a las llamas de su infierno fue, que no sólo era domingo sino que a la hora de la siesta, hasta el mismísimo lucifer está descansando.

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