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jueves, 31 de marzo de 2011

la mujer de enfrente ii


la mujer de enfrente

así como hay mujeres que se envuelven entre sedas y perfumes de jazmín, así hay otras que se cubren de algodón, franela y sudor; así como hay personas que se recubren de una verdad absoluta y no logran ver más allá de sus narices o quizá mucho menos de éstas, así hay otras que simplemente dejan su mente volar y no permiten que sus ojos les limiten su visión; así como las primeras era yo, mas no ella y en una tarde de sol, aclaró mis malos entendidos y mi falta de visión;

la mujer que deambulaba frente a mí, caminando en un vaivén, como esperando algo o a alguien, cargaba en tres bolsas plásticas toda su vida y casi toda su historia; a ella, aparentemente tan sola, la acompañaban dos sombras y media tomando en cuenta la suya; al llegar a la banca de enfrente se sentó junto a una de sus sombras y continuó con una tertulia que parecía no acabar; la sombra le contestaba en silencio; la otra, la que no llegaba a ser completa, la escurridiza, ésa era la que la mantenía de pie;  era la que la obligaba a caminar sin rumbo y constantemente; ¿qué cómo lo sé?  muy sencillo; fue la misma mujer la que me lo contó unos minutos después de nuestro furtivo y mágico encuentro;

lo primero que llamó mi atención fue el tictoc de sus pasos; abandoné mi lectura y subí la vista; mi curiosidad se despertó;  fue entonces cuando descubrí que esa música nacía del hecho que esta mujer usaba un zapato de tacón y un zapato tenis; mi curiosidad creció al ver que además tenía puestos tres vestidos y dos pantalones, uno sobre el otro en forma de capas;  empecé a sudar por ella pues el cielo estaba completamente despejado y el día era caluroso y húmedo; y aunque se vistiera con cinco capas, aunque calzara zapatos diferentes, y aunque para los que creen saberlo todo la hubieran calificado de loca, los matices de esta mujer y su historia estaban llenos de color y esperanza; la mujer de enfrente, en un segundo o dos, se convirtió en espejoborrador y mis máscaras y certidumbres fueron cayendo junto a las burlas de los que no quisieron comprender;

tres metros era la distancia que nos separaba; los sonidos del parque me impedían seguir su conversación con la sombra; algunas veces sus palabras eran casi susurros, casi como canción de cuna; “la puerta, la puerta; lo vi anoche; se escondía atrás de la puerta;”   y mi curiosidad aumentaba, un poco tímida y más avergonzada al imponerle mi presencia, un poco frustrada al ser interrumpida por los cuchicheos y las risas burlonas de
los transeúntes; “está loca, mirá que hablar sola; no te acerqués a ella puede ser peligrosa, vieja ridícula…”

de pronto y sin avisarme la mujer de enfrente amarró sus bolsas a la banca, se levantó decidida e hizo un gesto a la sombra mientras le decía; “esperame aquí, voy a buscarlo; ‘hora no se me escapa;”  con paso firme se dirigió a la fuente, ombligo del parque; mis ojos siguieron su figura y mis oídos se animaron con el ritmo del tictoc de sus pasos de tacón y hule;

una mujer de piedra que llenaba la fuente con agua que le brotaba de sus pechos me distrajo por un segundo, tiempo justo para perder de vista al tictoc de cinco capas; con un gesto involuntario alcé los hombros llenos de conformismo; ese conformismo insolente que, no sólo controlaba mi curiosidad sino que dominaba mi vida; y volví a mi libro; no sé cuánto tiempo pasó hasta que un “tpish, tpish colocha,” me sacó de mi lectura; “hey colocha, ¿todavía está aquí?  ¿qué hace asoleándose tanto? le va a hacer mal”  era la mujer de enfrente la que me hablaba;  la sonrisa volvió a mis labios y mi hombros se alegraron;

“véngase pa’cá, aquí no hay tanto sol; correte vos, dale lugar a la colocha;”  sus brazos y sus manos trataban de persuadir a la sombra a levantarse de la banca;  gracias doña, le dije mientras acomodaba mi libro, mis compras y mi curiosidad; me senté junto a ella;  “¿qué hace sentada bajo el sol, no sabe que eso es remalo?  ¿qué está haciendo en el parque?  qué bonitos colochos los suyos; ¿qué hace aquí sola?  ¡qué bonito su pelo!”  y yo sin poder responder, pues la mujer no sabía de pautas, ni de protocolos en una conversación, o quizá simplemente no le interesaban; a la primera oportunidad pude decirle copiando su carrera desenfrenada; “me gusta el sol y sí, sí sé que me puede hacer daño pero me gusta mucho sentirlo; estoy leyendo un libro y vine a ver el volcán, gracias, mi papá era colocho también; me gusta estar sola cuando vengo al parque; a mí también me gustan mucho mis colochos;”

con un tono medio burlón y medio pícaro me dijo, “ay colocha, usté está loca; mire que venir hasta parque a ver el volcán; ¿no sabe que el volcán está en todas partes? si no me cree abra su libro, allí lo va a encontrar; usté sí que está loca;”  y como relámpagos los pensamientos llegaron calentándome el estómago, recordándome prejuicios y malos entendidos, ¿quién llama loca a quién?  ¿quién es la que se viste con cincos capas, usa zapatos diferentes y lleva su vida en tres bolsas?  un nuevo relámpago objetó, posiblemente tiene razón y yo sea la loca;  ¿es posible que todas las personas en el parque estemos locas y no queramos admitirlo?  ¿será posible que yo esté ciega o que algún miedo me impida ver volcanes en las páginas de mis libros?  sonreí; su osadía me animó;

“¿con quién hablaba doñita?”  le pregunté atrevidamente; era mi curiosidad la que me empujaba a hacerlo; la mujer de enfrente me lanzó una mirada como reconfirmándose mi locura; levantó los brazos y apuntando al vacío me dijo, “con mi hija pues, ¿usted está ciega?  ¿no mira a la patoja allí parada?”  y llena de vergüenza no me quedó más que mentir un sí con un leve movimiento de cabeza; ¿por qué no puedo verla?  ¿qué me pasa, será que de verdad estoy loca y ciega?   mis hombros se elevaron nuevamente, otra vez el conformismo necio;  “¿y a quién fue a buscar?”  una vez más me miró confusa, un tanto frustrada y con voz impaciente respondió; “pues a mi marido, ay colocha, usté si que no pone atención;”  “¿y lo encontró?” “no, ese rebandido se me escapó; pero si piensa que me voy a cansar está muy equivocado; lo he perseguido por veinte años y lo voy a seguir persiguiendo hasta que me diga dónde dejó las llaves;”  ¿las llaves para qué doña?”  “ay usté, pues para abrir la puerta; pa’qué más”  un pensamiento eléctrico recorrió mi cuerpo hasta enderezarlo en posición de alerta; ¡la puerta, ahora sí voy a saber qué estaba hablando con la sombra!  animada continué con mi interrogatorio; “¿y para qué quiere abrir la puerta?”  “pues para que la patoja pueda ver a su papá y por fin le pregunté por qué nos dejó; no ve que la pobre necesita saberlo; además colocha yo quiero saberlo también;  sin las llaves ‘tamos fregadas; sin las llaves nunca vamos a saber por qué; y si no abrimos la puerta vamos a tener que quedarnos en el parque más tiempo, y la verdad usté, yo ya estoy cansada, yo ya quiero descansar; esto me va a volver loca; ¿mire cómo anda mi pobre patoja?” se acercó a mí y muy calladito me dijo al oído, “pobrecita, me da tanta lástima verla así; cuide sus llaves colocha, no deje que nadie se las quite;  mírenos como andamos nosotras; que no le vaya a pasar lo mismo a usté, tenga cuidado;”

y nuevamente para mi sorpresa y sin darme tiempo para seguir con mis preguntas, se levantó de prisa y empezó  a caminar; entre su tictoc logré alcanzar sus últimas palabras, mientras miraba cómo alzaba sus manos en forma de hasta luego; “allá está, esta vez no se me escapa; quedate aquí mija; cuidá las bolsas; esta vez si te traigo las llaves; esperame aquí, no te vayás a ir a ningún lado;”  yo dejé de existir, para la mujer de enfrente yo ya no era importante, lo único para ella era alcanzar a la sombra incompleta, su marido y recuperar las llaves;

la sombra y yo nos miramos un segundo, le sonreí y me respondió con un gesto de complicidad; “sentate aquí conmigo, ¿querés que busquemos el volcán en mi libro y mientras esperamos a tu mamá me contás un poco de tu vida y yo te cuento de la mía, de cuando estaba loca y no te podía ver; ella aceptó contenta y al abrir el libro encontramos, no uno sino miles de volcanes y un juego llaves esperando por nosotras;  nos reímos;”

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