a la hora de la siesta
domingo, 10 de abril de 2011
jueves, 31 de marzo de 2011
dream lady
I don’t know how long I have been looking at the dropper delivering morphine to his arm. This clear and purified liquid is going inside his body, drop by drop into his vein, seeking to reach the membrane’s cells and find the perfect receptors to alter their shape, stimulating them enough to effect the molecular changes and distort his perception of pain. But his brain and his spinal cord refuse to cooperate and the transmission of painful stimuli from his intestines hasn’t decreased. I can see it in his face, through his closed eyes, in his distorted smile, and most of all, in an almost inaudible murmuring escaping from his lips. The pain is reluctant to leave or even to dull a little bit.
In a hypnotic state I talk to each drop as it falls from a hanging plastic bag to a tiny pool next to the needle injected in his arm. “You’re the one,” I say. “Find your way. Bind to the opioid receptors and do your job.” With patience I explain to them how important it is to understand their mission, but they don’t listen, they ignore me. Ah, maybe that’s why the pain is still on him. Maybe even now and after so many explanations I don’t really understand this at all. Something about endocytosis, cellular diffusion, nerve tissue, neurons and synapses all whirling inside my head without making any sense. Maybe my starving mind is incapable to remember, to think clearly, unable to stop this madness. But who in his right mind can make sense of anything next to a hospital bed? Perhaps if I make myself to break from the spell and leave the room to find some food...
- * -
Two days ago and after they hooked his arm to a tree of drugs I asked his doctor, why morphine? Why her? I ask myself as thousands of images invade my mind. So many horror stories of drug addition, so many movies with sad endings, so many families destroyed, countless lives incinerated, dissolved in tears and anguish. He’s sick, really sick and on top of it morphine?
In my mother tongue Morphine is a she, a beautiful and powerful lady capable to kidnap anybody’s soul, transform people into her puppets, or just let them become one more Sleeping Beauty. How could I invite her to invade his body and our lives without understanding why? But he’s in pain; terrible pain and I can’t deny it to him. He needs her. He needs her bad.
Morphine is an analgesic that decreases perception of pain, a strong pain reliever. We’re giving him enough to block the transmission of pain signals so his body can concentrate on getting better. It’s only for a few days, no more than 10mg., perfect dosage for his weight. (Is he talking about his brand new weight? The fifty pounds lighter than three weeks ago?) You don’t have anything to worry about. The analgesic effect will ensue almost immediately, and then he will rest. I promise you.
Ah, so we are not talking addition. I’m beginning to get it. This lady has two faces like everybody else, and we’re not talking about her ugly one. So, maybe she could alter the expression of genes for proteins involved in mitochondrial respiration and some cytoskeleton proteins, which is not good at all, but with the same ease, this lady can do something similar to the dentritic cells and mess with the cytokines -the ones maybe responsible for all this chaos in the first place. It’s better to believe that than the possibility of me passing the faulty gene to him. Another sex-link trait perhaps? One of those that involves kings, queens, and looks glamorous on the silver screen but doesn’t have a place in the life of a sixteen years-old soul. A little relief comes with the doctor’s words and smile. Morphine’s not so bad after all. Somebody discredited her and I believed it. Now I want to know the other side of her, the good side of this lady. I want to know the one who is helping my son.
- * -
I don’t know how long I have been looking at the dropper delivering enchantment to his arm. This cloudless and wholesome liquid is going inside his body, tear by tear into his vein, reaching enough neurons, finding the gaps, confusing the neurotransmitters and distorting his perception of pain. The magic begins. Between her spell and my new mantra my mind goes blank once more, a perfect state to grasp and believe -Ohm, neuronnns, dentriiites, axooonnn, synaaaapseee; ohm, neuronnns, dendriiites, axooonnn, synaaapseee; ohm…
At last, at last the Dream Lady’s magic arrives, he smiles, and I smile too. Closed eyes, moving lips, “sarasha, sarasha, I can’t remember what sarasha is. Do you know? I need to know. I don’t know why, but it’s very important.” I’m confused again. Almost two full days without talking and saracha is what is on his mind. Closed eyes, moving lips, “goggle it please, I need to know.” “Do you know what’s saracha, maybe it nothing, he’s dreaming you know? Morphine dreams always seem so interesting.” “I found it!” I shout like I just find the Holy Grail! It’s a Thai hot sauce I say to the nurse hoping he will hear me too. He does. He laughs pleased, we laugh too. “I know you’re laughing too Dream Lady, so please keep doing your magic. ”
la mujer de enfrente ii
la mujer de enfrente
así como hay mujeres que se envuelven entre sedas y perfumes de jazmín, así hay otras que se cubren de algodón, franela y sudor; así como hay personas que se recubren de una verdad absoluta y no logran ver más allá de sus narices o quizá mucho menos de éstas, así hay otras que simplemente dejan su mente volar y no permiten que sus ojos les limiten su visión; así como las primeras era yo, mas no ella y en una tarde de sol, aclaró mis malos entendidos y mi falta de visión;
la mujer que deambulaba frente a mí, caminando en un vaivén, como esperando algo o a alguien, cargaba en tres bolsas plásticas toda su vida y casi toda su historia; a ella, aparentemente tan sola, la acompañaban dos sombras y media tomando en cuenta la suya; al llegar a la banca de enfrente se sentó junto a una de sus sombras y continuó con una tertulia que parecía no acabar; la sombra le contestaba en silencio; la otra, la que no llegaba a ser completa, la escurridiza, ésa era la que la mantenía de pie; era la que la obligaba a caminar sin rumbo y constantemente; ¿qué cómo lo sé? muy sencillo; fue la misma mujer la que me lo contó unos minutos después de nuestro furtivo y mágico encuentro;
lo primero que llamó mi atención fue el tic‑toc de sus pasos; abandoné mi lectura y subí la vista; mi curiosidad se despertó; fue entonces cuando descubrí que esa música nacía del hecho que esta mujer usaba un zapato de tacón y un zapato tenis; mi curiosidad creció al ver que además tenía puestos tres vestidos y dos pantalones, uno sobre el otro en forma de capas; empecé a sudar por ella pues el cielo estaba completamente despejado y el día era caluroso y húmedo; y aunque se vistiera con cinco capas, aunque calzara zapatos diferentes, y aunque para los que creen saberlo todo la hubieran calificado de loca, los matices de esta mujer y su historia estaban llenos de color y esperanza; la mujer de enfrente, en un segundo o dos, se convirtió en espejo‑borrador y mis máscaras y certidumbres fueron cayendo junto a las burlas de los que no quisieron comprender;
tres metros era la distancia que nos separaba; los sonidos del parque me impedían seguir su conversación con la sombra; algunas veces sus palabras eran casi susurros, casi como canción de cuna; “la puerta, la puerta; lo vi anoche; se escondía atrás de la puerta;” y mi curiosidad aumentaba, un poco tímida y más avergonzada al imponerle mi presencia, un poco frustrada al ser interrumpida por los cuchicheos y las risas burlonas de
los transeúntes; “está loca, mirá que hablar sola; no te acerqués a ella puede ser peligrosa, vieja ridícula…”
de pronto y sin avisarme la mujer de enfrente amarró sus bolsas a la banca, se levantó decidida e hizo un gesto a la sombra mientras le decía; “esperame aquí, voy a buscarlo; ‘hora no se me escapa;” con paso firme se dirigió a la fuente, ombligo del parque; mis ojos siguieron su figura y mis oídos se animaron con el ritmo del tic‑toc de sus pasos de tacón y hule;
una mujer de piedra que llenaba la fuente con agua que le brotaba de sus pechos me distrajo por un segundo, tiempo justo para perder de vista al tic‑toc de cinco capas; con un gesto involuntario alcé los hombros llenos de conformismo; ese conformismo insolente que, no sólo controlaba mi curiosidad sino que dominaba mi vida; y volví a mi libro; no sé cuánto tiempo pasó hasta que un “tpish, tpish colocha,” me sacó de mi lectura; “hey colocha, ¿todavía está aquí? ¿qué hace asoleándose tanto? le va a hacer mal” era la mujer de enfrente la que me hablaba; la sonrisa volvió a mis labios y mi hombros se alegraron;
“véngase pa’cá, aquí no hay tanto sol; correte vos, dale lugar a la colocha;” sus brazos y sus manos trataban de persuadir a la sombra a levantarse de la banca; gracias doña, le dije mientras acomodaba mi libro, mis compras y mi curiosidad; me senté junto a ella; “¿qué hace sentada bajo el sol, no sabe que eso es remalo? ¿qué está haciendo en el parque? qué bonitos colochos los suyos; ¿qué hace aquí sola? ¡qué bonito su pelo!” y yo sin poder responder, pues la mujer no sabía de pautas, ni de protocolos en una conversación, o quizá simplemente no le interesaban; a la primera oportunidad pude decirle copiando su carrera desenfrenada; “me gusta el sol y sí, sí sé que me puede hacer daño pero me gusta mucho sentirlo; estoy leyendo un libro y vine a ver el volcán, gracias, mi papá era colocho también; me gusta estar sola cuando vengo al parque; a mí también me gustan mucho mis colochos;”
con un tono medio burlón y medio pícaro me dijo, “ay colocha, usté está loca; mire que venir hasta parque a ver el volcán; ¿no sabe que el volcán está en todas partes? si no me cree abra su libro, allí lo va a encontrar; usté sí que está loca;” y como relámpagos los pensamientos llegaron calentándome el estómago, recordándome prejuicios y malos entendidos, ¿quién llama loca a quién? ¿quién es la que se viste con cincos capas, usa zapatos diferentes y lleva su vida en tres bolsas? un nuevo relámpago objetó, posiblemente tiene razón y yo sea la loca; ¿es posible que todas las personas en el parque estemos locas y no queramos admitirlo? ¿será posible que yo esté ciega o que algún miedo me impida ver volcanes en las páginas de mis libros? sonreí; su osadía me animó;
“¿con quién hablaba doñita?” le pregunté atrevidamente; era mi curiosidad la que me empujaba a hacerlo; la mujer de enfrente me lanzó una mirada como reconfirmándose mi locura; levantó los brazos y apuntando al vacío me dijo, “con mi hija pues, ¿usted está ciega? ¿no mira a la patoja allí parada?” y llena de vergüenza no me quedó más que mentir un sí con un leve movimiento de cabeza; ¿por qué no puedo verla? ¿qué me pasa, será que de verdad estoy loca y ciega? mis hombros se elevaron nuevamente, otra vez el conformismo necio; “¿y a quién fue a buscar?” una vez más me miró confusa, un tanto frustrada y con voz impaciente respondió; “pues a mi marido, ay colocha, usté si que no pone atención;” “¿y lo encontró?” “no, ese rebandido se me escapó; pero si piensa que me voy a cansar está muy equivocado; lo he perseguido por veinte años y lo voy a seguir persiguiendo hasta que me diga dónde dejó las llaves;” ¿las llaves para qué doña?” “ay usté, pues para abrir la puerta; pa’qué más” un pensamiento eléctrico recorrió mi cuerpo hasta enderezarlo en posición de alerta; ¡la puerta, ahora sí voy a saber qué estaba hablando con la sombra! animada continué con mi interrogatorio; “¿y para qué quiere abrir la puerta?” “pues para que la patoja pueda ver a su papá y por fin le pregunté por qué nos dejó; no ve que la pobre necesita saberlo; además colocha yo quiero saberlo también; sin las llaves ‘tamos fregadas; sin las llaves nunca vamos a saber por qué; y si no abrimos la puerta vamos a tener que quedarnos en el parque más tiempo, y la verdad usté, yo ya estoy cansada, yo ya quiero descansar; esto me va a volver loca; ¿mire cómo anda mi pobre patoja?” se acercó a mí y muy calladito me dijo al oído, “pobrecita, me da tanta lástima verla así; cuide sus llaves colocha, no deje que nadie se las quite; mírenos como andamos nosotras; que no le vaya a pasar lo mismo a usté, tenga cuidado;”
y nuevamente para mi sorpresa y sin darme tiempo para seguir con mis preguntas, se levantó de prisa y empezó a caminar; entre su tic‑toc logré alcanzar sus últimas palabras, mientras miraba cómo alzaba sus manos en forma de hasta luego; “allá está, esta vez no se me escapa; quedate aquí mija; cuidá las bolsas; esta vez si te traigo las llaves; esperame aquí, no te vayás a ir a ningún lado;” yo dejé de existir, para la mujer de enfrente yo ya no era importante, lo único para ella era alcanzar a la sombra incompleta, su marido y recuperar las llaves;
la sombra y yo nos miramos un segundo, le sonreí y me respondió con un gesto de complicidad; “sentate aquí conmigo, ¿querés que busquemos el volcán en mi libro y mientras esperamos a tu mamá me contás un poco de tu vida y yo te cuento de la mía, de cuando estaba loca y no te podía ver; ella aceptó contenta y al abrir el libro encontramos, no uno sino miles de volcanes y un juego llaves esperando por nosotras; nos reímos;”
la mujer de enfrente
Generalmente cuando nos encontramos frente a una persona que creemos diferente tendemos a ignorarla, a prejuzgarla y hasta rechazarla. Casi siempre lo hacemos sin pensar, de una manera programada, aprendida. La sociedad, entre otras cosas, nos ha impuesto ciertas reglas que debemos aplicar frente a ‘l@s otr@s,’ l@s diferentes, l@s extrañ@s. La mujer de enfrente es un ejemplo claro de ‘la otra,’ y que con suerte y dependiendo de nuestro estado de humor, podemos tolerar por unos minutos, aunque sea sólo como parte de una diversión momentánea o decidamos incluir en nuestras vidas, por un segundo o dos, por lástima, por curiosidad e inclusive por miedo. Esas primeras reacciones se vuelven tan subconscientemente familiares y nos condicionan a tal punto, que nos obligan a construir paredes entre un@os y otr@s, aunque lo reconozcamos o no.
Algun@s expert@s aconsejan que para empezar a derribar paredes y así solucionar tantos problemas sociales, es necesario la tolerancia. Otr@s insisten en que los problemas van a empezar a resolverse cuando decidamos incluirnos mutuamente. Más aún, insisten en que estas palabras y complementos deben ser incluidos, no sólo en nuestro vocabulario sino en nuestra vida diaria. En teoría esto suena muy bien, podría ser conveniente y hasta necesaria, aún cuando últimamente se ha convertido en una nueva imposición y ha dejado de ser una sugerencia, a tal punto que si una persona lo refuta, automáticamente es etiquetada como mala, indiferente y/o loca. Pero, ¿cómo incluir estas palabras y estos conceptos en nuestras vidas sin conocer ni comprender realmente lo que significan y peor aún, lo que pueden implicar en labios de la sociedad dominante y opresora? ¿Son la tolerancia y el deseo de incluir parte de la solución o son otra trampa del sistema para etiquetarnos y separarnos de una manera menos descarada? ¿Cómo explicamos el hecho de que sólo toleramos e incluimos lo que creemos merece nuestra aceptación, nuestra benevolencia? ¿Quién o quiénes entonces ponen los perímetros entre lo aceptable versus lo tolerable –léase l@s otr@s? ¿Será suficiente con tolerar e incluir a una persona o a un grupo determinado para romper esas barreras sociales, morales y más importante aún, humanas? ¿Qué sucede con el resto de personas a las que simplemente no vemos, las que nos son indiferentes, las minorías-mayoría? ¿Cómo podemos tan siquiera empezar a tolerarlas e incluirlas, o al menos aceptar que no son invisibles, que existen? ¿Cuál es la posición y actitud de una persona que tolera e incluye a otra? ¿Cuál es la situación de desventaja, de la persona tolerada e incluida? ¿Son estas acciones parte del concepto mitológico de la libertad del ser humano? Yo, como individuo independiente tolero e incluyo lo que yo, como peón de la sociedad, considero que vale la pena, lo que de alguna manera me conviene tolerar e incluir. ¿Y el resto de personas y situaciones? ¿Tenemos todas las personas el mismo derecho a tolerar e incluir o es un privilegio que conlleva cierto sentimiento de poder? ¿Tienen l@s otr@s el mismo derecho a tolerar e incluir o simplemente tienen y deben aceptar ser tolerad@s e incluid@s?
¿Qué sucede si en lugar de tolerar y/o incluir establecemos un intercambio y tratamos de comprender quién realmente es esa persona y cuál es la razón de tenerla frente a frente, estemos o no de acuerdo con ella, la toleremos o no, la incluyamos o no en nuestra vida?
Cuando pienso en la situación actual de la gran mayoría de mujeres contemporáneas, me encuentro con la imagen de la mujer de enfrente; que sin comprender las razones de su situación o abandono social, se pasan la vida buscando, de una manera subconsciente e inocente, por esas llaves, esas llaves que posiblemente son la clave para encontrar respuestas directas y satisfactorias, ya sea para ellas mismas o para las nuevas generaciones. ¿Y por qué precisamente es un hombre el que se esconde tras la puerta? ¿Es posible que ese hombre, el marido no sea más que la imagen y representación de la sociedad patriarcal, la que alimenta esa misma situación y que insiste en mantener la confusión a través de ese silencio tan doloroso para las personas rechazadas? ¡Entonces, quizá la única manera de enfrentar tanta deshumanización es la enajenación total! Y es que comprender nuestra situación es posiblemente el primer paso para encontrar la tranquilidad, la sanidad y porqué no, nuestra libertad. Pero esta búsqueda, en las condiciones sociales actuales, además de ser fatigante puede llegar a convertirse en algo doloroso al tener que luchar contra el rechazo, el prejuicio, la discriminación y más importante aún, la opresión internalizada. Y es ésta, con seguridad, la que inclina a un grupo de mujeres, tristemente grande, a despreciar lo que quizá no quieran o no puedan reconocer dentro de ellas mismas y quizá sea esa misma opresión internalizada la que obliga a la mujer de enfrente a buscar respuestas detrás de una puerta invisible, en lugar de aceptar que esas respuestas han vivido dentro de ella todo el tiempo.
Posiblemente a diferencia del resto de nosotras y en forma de reflejo, la mujer de enfrente tiene una herramienta que la pone en ventaja: presentar abiertamente su locura, su enajenación. Ella busca por esas llaves sin importarle ser ignorada, juzgada, rechazada, tolerada o incluida. En su mundo sólo existe un objetivo y es encontrar la razón de su soledad y abandono y así liberarse y liberar a su hija, que de alguna manera u otra podría ser ella misma. Y si no, ¿por qué es esta hija-sombra la espera tranquilamente y cuida las pertenencias y la historia? Más interesante aún, mientras la mujer de enfrente es criticada, humillada e insultada, la hija simplemente es invisible para el mundo. ¿Suena familiar? ¿Cuántas de nosotras no hemos salido a la lucha y después de haber perdido la batalla, al regresar a casa y sin ninguna explicación o quizá en forma intuitiva sabemos que no hemos perdido la guerra, sabemos, muy en el fondo, que nuestra historia está protegida, que nadie puede sacarla de nuestras venas, mientras tengamos vida, aún y cuando estemos siendo silenciadas? ¿Cuántas de nosotras, como la mujer de enfrente y su hija-sombra, sufrimos exactamente este trato de la sociedad: o somos abusadas, discriminadas, excluidas, prejuiciadas, intoleradas o simplemente somos invisibles? La diferencia quizá es que en la mayoría de los casos, lejos de la esquizofrenia, estamos conscientes del abuso y sin saber cómo enfrentarlo, simplemente lo aceptamos como norma y vivimos con el dolor de no merecer un lugar dentro de esa misma sociedad.
Mi encuentro con la mujer de enfrente no fue casual, ni tampoco fue el primero ni el segundo. Ella y yo habíamos cruzado nuestro camino infinidad de veces, muchas de éstas simplemente no la vi o no quise verla, algunas otras sencillamente la ignoré. Las más tristes sin duda fueron cuando la rechacé. Quizá la magia ocurrió gracias a sus zapatos y a la música que desprendían al caminar. Tiempo atrás, como ella, yo también trataba de balancear mi vida entre tacones y zapatos tenis. Y aunque no me vistiera, precisamente en capas, por muchos años tuve que cambiar de ropa y de máscaras constantemente. Es posible que por esta razón me sintiera identificada, reflejada y por qué no, solidarizada y empezara mi proceso de comprensión y respeto. Y posiblemente también, fuera en ese momento, cuando la loca del pueblo se convirtiera en mi juez y mi defensora, en mi amiga y en mi enemiga, en mi orgullo y en mi vergüenza, en mi maestra y en mi alumna, en mi espejo, en mí misma y en todas las mujeres. El rechazo y los insultos de las personas alrededor empezaron a dolerme como propios. Primero porque al insultar a esta mujer, ahora universal, estaban insultando a mi mamá, a mi hermana, a mis hijas, a mis amigas; pero el dolor también nació al darme cuenta que yo, en algún momento, había sido parte de ese grupo incomprensivo y opresor. Mujer contra mujer, ¿hay algo más triste?
La razón de que ella se fijara en mí sigue siendo un misterio, es posible que entre sus prisas y su búsqueda, la mujer de enfrente se reconociera en mí porque, ¿no es cierto que tod@s somos espejos y reflejamos lo que necesitamos descubrir de nosotr@s mism@s? ¿Es posible que dentro de cada una de nosotras exista esa mujer, la que guarda celosamente nuestras pertenencias en tres bolsas plásticas, la que deambula por las calles buscando respuestas? ¿Es posible que sin darnos cuenta busquemos por esas llaves, la clave de nuestra independencia? ¿Cuántas respuestas se esconden detrás de esas puertas? ¿Cuántas puertas dentro de nosotras mismas?
¿Cuándo se nos olvidó escuchar a esa voz interna, la voz de nuestra hija-sombra, la que recuerda y guarda en secreto, esa verdad que la sociedad nos ha obligado a olvidar, seguramente por miedo a nuestra fuerza, a nuestra sabiduría, a nuestra magia? ¿Quién nos hizo olvidar que nuestro pasado, presente y futuro nos pertenece sólo a nosotras y que es nuestro derecho guardarlos en tres bolsas mágicas? ¿Desde cuándo dejamos de escuchar a nuestra hija-sombra, nuestra voz interna, que nunca nos ha dejado de susurrar el milagro de ser mujer?
¿En que momento nos dejamos convencer que para ser buenas debemos ser tolerantes, incluir, aceptar, aunque en el proceso estemos ignorando nuestras necesidades básicas? ¿Y por qué pocas sabemos que podemos aplicar estos conceptos con nosotras mismas, no tanto como grupo sino a nivel personal? ¿Por qué no incluirnos en la vida, en la sociedad y aceptar de una buena vez, que no hay nada, a nivel de género, que sea motivo de tolerancia?
Es la hora de romper con tradiciones que nos enseñan a tolerar e incluir mientras valorizan a una persona en base del género, de la clase social, la raza. Iniciar el cambio de la situación actual de la mujer contemporánea depende de nosotras, las pocas mujeres que vivimos en el privilegio, las pocas que hemos logrado aprender a leer y escribir, las pocas que tenemos acceso a los libros, al diálogo; las que sin la distracción de no saber de dónde va a venir el próximo bocado, nos damos el lujo de asistir a una conferencia, la que se puede quedar en palabras, si al salir de acá no estamos dispuestas a abrir los ojos y ver a las personas de enfrente por lo que son; seres humanos dignos de nuestra comprensión, nuestra compasión y nuestro respeto.
a la hora de la siesta
cuando lanzó la llave por la ventana con barrotes, el hombre imaginó una multitud de formas en que iba a ser rescatado. nunca hacía nada sin pensarlo ni planificarlo. claramente visualizó al niño que pasaba en el momento preciso, cogía la llave, corría hacia la puerta, la abría y lo liberaba. sonrió. una segunda imagen llegó al final de la sonrisa. era la de la eterna sirvienta de la casa, la que nunca fallaba. la vio corriendo desesperada por el pasillo, entrar al dormitorio de su madre que quedaba al otro extremo del suyo, ir directamente a la gaveta donde descansaba un juego de llaves marcadas con colores específicos y que abrían todas y cada una de las puertas de la gran casa. con el llavero en sus manos, corría hacia su cuarto y abría la puerta que le impedía escapar. respiró profundo un par de veces y dejó que nuevas imágenes danzaran en su mente. siempre hacía lo mismo. alguien lo iba a rescatar, como siempre, como en todas las otras ocasiones. alguien lo haría, estaba seguro.
lo que al hombre se le olvidó considerar, después de rociar gasolina en las paredes de su cuarto y en el momento de prender el cerillo e invocar a las llamas de su infierno fue, que no sólo era domingo sino que a la hora de la siesta, hasta el mismísimo lucifer está descansando.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)